martes, 6 de mayo de 2014

PÉREZ GAY: UN VIAJE HACIA LA NOCHE

06 de Mayo 2014
El cerebro de mi hermano se titula el nuevo libro, bello y terrible a la vez, de Rafael Pérez Gay. Bello por la escritura pulcra y contenida, de un dominio asombroso; terrible por el tema, que es el de la evolución de una enfermedad degenerativa en el cerebro de su hermano, muerto en 2013.


José María Pérez Gay se llamó el hermano, y no cualquier hermano: un hombre de primera línea, poseedor, antes de la catástrofe, de un cerebro privilegiado: filósofo, novelista, diplomático, ensayista, acaso el germanista más destacado de su generación, traductor de Kafka, Thomas Mann, Canetti, Musil, Walter Benjamin, und altern.

También fue un hombre de compromiso político: se le recuerda a lado de Andrés Manuel López Obrador (“es como mi hermano”, decía Chema) en la triste campaña presidencial de 2006, aquella cuyo resultado fracturó al país —y que fracturó también la relación entre los hermanos Pérez Gay.

Dicen los que saben que José María —agregado cultural en Alemania, Austria y Francia, y embajador en Portugal— hubiese sido titular de Relaciones Exteriores en el gobierno de López Obrador.

En vez de esas batallas, tuvo que sostener el desigual pulso contra la enfermedad que por ese entonces empezó a destruir su cerebro, el humano centro de la luz divina, de la razón: Cerebrum divina lux ratio, que decían los clásicos.


Rafael narra esa historia difícil y dolorosa en clave menor y apenas 140 páginas. Describe con pudor y elegancia el drama personal, familiar e intelectual de José María. Desde los primeros síntomas: una cojera indolora, un agotamiento existencial parecido a un spleen; hasta los últimos: comer papilla y comunicarse con un abrir y cerrar de párpados; el resto está paralizado: la derrota de un cuerpo.

Derrota de una inteligencia, también. Lo peor para un intelectual como José María es la perdida del lenguaje, él, que vive de eso y que lo domina como pocos. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento”, como diría Wittgenstein, pensador de cabecera de José María.

Empiezan las “fallas de pensamiento”: palabras a rastras, memoria fatigada, “demenciaciones”. “La cabeza de Pepe se pierde sin remedio”, concluye Rafa ante el desastre.

Cae pues, con Lilia Rossbach, la cuñada, en el laberinto blanco de los hospitales: los estudios, las tomografías, el viaje a la “Barrow Neurological Clinic” de Phoenix, Arizona. En realidad, nadie sabe nada y no hay nada que hacer, esto es incurable, progresivo e irreversible. Estamos en la familia de las enfermedades neurodegenerativas, el gran misterio de la ciencia médica.

Los doctores no pueden ponerse de acuerdo: ¿esclerosis múltiple, esclerosis lateral, leucoaraiosis, enfermedad de Pick? A saber…

Como toda memoria de hermano menor, el libro tiene algo de ajuste de cuentas. Se nota en las páginas dedicadas al conflicto electoral de 2006, con los hermanos en bandos opuestos. Rafael ve una izquierda “proclive al autoritarismo, dogmática, antidemocrática, mala perdedora”. José María ve un simple y burdo fraude electoral.

Rafael también recuerda el episodio en que Chema fue exhibido como plagiario de un artículo de Wikipedia sobre la película alemana La vida de los otros. Él, que hubiera podido escribir la reseña definitiva de la película, cae a un nivel de pereza intelectual que desilusiona al hermano. Pero hay que entenderlo: José María siempre había sido un mitómano.

Ajuste también con Carlos Monsiváis, el Pope de la izquierda mexicana, descrito aquí como un hombre hipócrita y rencoroso. O tal vez sea que Monsiváis, “el moralista de la Portales”, prefirió a Paco Ignacio Taibo ii sobre Rafael Pérez Gay para heredar la dirección del suplemento “La cultura en México”, de la revista Siempre! (luego de habérsela prometido a nuestro autor).

“Carlos no era amigo de nadie”, dice Rafael a Chema. Si hay un villano en este libro es el popular Monsi, un hombre dado a “destruir en privado lo que había elogiado en público”.

Rafael Pérez Gay ya conoce el territorio de enfermedad y muerte. Estuvo ahí antes, en 2009, con Nos acompañan los muertos, la crónica, memoria e informe médico de la decrepitud de sus padres seniles. Los mismos padres que aquí resucitan distantes, como fantasmas, en la tragedia de Chema, su hijo mayor (15 años mayor que Rafael).

También posee Rafael la experiencia en eso de mirar de frente a la enfermedad, siendo él mismo sobreviviente de un cáncer en la vejiga.

Algo bueno tuvo la enfermedad neurológica: unió nuevamente a dos hermanos distanciados por la política.

A partir de la atrofia cerebral —escribe Rafael— “ambos olvidamos la política y los bandos, al final necedades del orgullo y frutos del egoísmo. Volvimos a vernos dos o tres veces por semana, un refugio contra el mal tiempo de la enfermedad”.

“Mi hermano mayor se había convertido en mi hijo”, remata Rafael mientras conduce a José María en su largo camino hacia la noche…



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